El primero que impactaste llevó a mi cerebro tu imagen como la visión que se tiene de un velero en la distancia. Entonces supe que andabas por ahí.
Tiempo después el destino nos hizo converger en un espacio en el que, más que mirarte, te escuché, y tu voz incendió cada uno de mis pensamientos. Fue así como realmente te descubrí.
Desde aquel día podía oírte antes de que llegaras, hasta que sentí tu mano entretejerse con la mía por vez primera y tu piel se acomodó en mi mente apoderándose de mis añoranzas.
Un día probé tu boca y abandoné toda esperanza de encontrar algo más dulce, si es que lo dulce es sensual, y me embriagué con ese sabor a ternura que no desaparece ni se olvida jamás con besos de fantasía, ni con la hiel del tiempo, ni con la amargura de la distancia.
No supe hasta mucho después que ya había percibido tu aroma. Cuando creía que volaba, cuando creía que soñaba, cuando creía que llegabas, sólo estaba recordando tu olor.
Hoy… cuando quiero navegar entre todos los placeres conocidos y descubrir otros nuevos, sólo tengo que acercarme a tu pecho y respirar hondamente.
Cinco sentidos, a veces seis.
Sólo por ocio me detengo a pensar cuántas veces vi tu rostro en otras personas; cuántas veces escuché historias fabulosas que habría cambiado por siquiera escucharte pronunciar mi nombre; cuántas manos estreché para luego sentir que no eran más que puñados de arena; cuántas bocas vestidas de miel abandonaron su sabor al pasar un día; cuántas cosas impregné con mil aromas de amor que luego escaparon como sombras al despuntar el alba.
De nuestra madurez emerge ahora la conciencia del sexto sentido que nos unió siempre, y ahora te contemplo aun con los ojos cerrados, te escucho aun en mis sueños, te siento aunque no estés, te beso aun en el aire y toda mi vida huele a ti.
Cinco sentidos para amarte, y ahora son seis.
Shirley.
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