miércoles, 5 de septiembre de 2012

Historia semanal.

El viaje era tan largo que Inés quizá no podría regresar. Aun así, aquella mujer seca que logró encontrar una gota de vida en el futuro que la apremiaba, se hallaba cerrando el presente y exhibía para sí misma aquella vital gota como un diamante en manos de un mendigo. Abandonaba todo para ir a refugiarse en su mayor y más maravilloso sueño: el amor.
- Espero que no sea demasiado tarde -se dijo-, soy joven todavía, aunque tenga los ojos cansados. Cansados, sí; de ver tanta desidia en algo tan sencillo como una caricia. ¡Dios mio! Un gesto sensible, ¿alguna palabra graciosa tal vez..? Inés pensaba en su marido, quien se quedaba atrás junto con todo el pasado de ella, sus días gloriosos y sus años muertos llenos de pesadumbre.
 
Pero todo eso cambiaría. El amor no tocó a su puerta, por así decirlo; la asaltó en una esquina y la arropó por completo, hizo que toda su vida pasada hoy quedara reducida a un puñado de cenizas, esta vez sin dolor. Había sucedido rápidamente, sin sabor, sin lamentos. Los ojos de Inés han recobrado su brillo y están dispuestos a ver. El amor la llama y ella acude, simplemente. Ahora que nada lleva consigo para ir tan lejos, renuncia a todo cuanto era su vida y espera en un terminal de pasajeros a que su amor llegue para partir. ¡Está tan feliz! ¡Y cuán fácil es serlo! Sin culpas, sin euforia, sin palabras. 

Inés, con sus ojos centelleantes, permanece sentada y serena, esperando. Tal vez es demasiada esa serenidad, tal vez es alucinante, porque al fin, en medio de la muchedumbre, ella cree ver una luz muy blanca y brillante que la deslumbra en silencio. ¡El amor ha llegado! No puede distinguirlo, enceguecida como está, pero puede sentirlo; es tan grande que llena su pecho hasta causarle dolor. Después la luz se apaga repentinamente e Inés se encuentra frente a frente con la nada. El dolor sube a su boca con sabor a mal presagio. Ahora ya sabe que no vendrá. Y finalmente sólo tuvo que cerrar sus ojos para comprenderlo.

Inés volvió a su casa, ahora vacía, y desde entonces, descansa. Nunca más se sintió decepcionada, nunca más pronunció un reproche. Nunca más abrió los ojos.


Shirley Arnao B.

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