En mis comienzos, una vaporosa carga de estremecimientos y ahogo se expresa en un inevitable ardor envuelto en mi húmeda contención. Excitada tal vez por una palabra, un pensamiento, un recuerdo… el vapor se condensa y la carga es mayor. Ahora es imposible detener las olas en la bahía. Me escurro y me dejo caer, me desplazo silenciosa y rápida, huyo en loca carrera, en libertad, desnudez y rebeldía.
Hallo mi primer encuentro con la almohada, una hoja de papel, la camisa de un buen amigo, el propio abdomen de quien me llora o sus avergonzados dedos. Empero, destruída como gota, sigo existiendo como lágrima. Sigo húmeda, ahí donde he caído, gritando de emancipado dolor.
Se inicia entonces mi agonía; mi martirizada muerte. Me imagino mi desvanecimiento como un hecho inútil, tan inútil como mi nacimiento mismo. Más tarde me entrego al delirio, a la desesperación. ¡Me estoy secando! …y quisiera renegar de la tristeza que me produjo, quisiera ser una heroica lágrima de alegría..! …pero la frustración de no serlo me ridiculiza y se acelera mi angustia. Me hago más rebelde… no quiero desaparecer y al mismo tiempo me niego a mí misma.
Implacables segundos me extinguen, me pierdo en el aire, me elevo, me río… muero.
Estoy seca, pero viva en mi razón de ser; he contribuído a la huida del dolor, el odio, la soledad y el vacío. Ahora soy de gran valor… soy pura, sutil, sublime.
Shirley Arnao.
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